Friday, October 28, 2005

Diálogo

Yo le digo, yo afirmo.
Los buenos docentes, son tan extraños como los buenos alumnos.

Ultimamente escasean, son raras especies, de arduo avistaje. Agreguemos una complicación adicional: se obstinan en esconderse, en pasar intencionalmente desapercibidos. No es que desarrollen un comportamiento dañino o descabellado, es que la actitud retirada está en su naturaleza. No le exija al buen docente estrellato o notoriedad, preferirá el anonimato que otorga el conocimiento adquirido.

Ahora, yo le pido que esto último no lo confunda. Puede que el docente probo prefiera la sombra en un día fulgurante, pero al entrar aula, querido amigo, su alma se enciende. Su piel cambia, sus ojos se iluminan en forma sobrenatural, profunda. Algo le ocurre, es otro animal, electriza su pensamiento. No crea que exagero: es que está bien conciente de lo que sucede y de la extática transformación que en ese momento opera.

Claro, bien podríamos comparar su sentido con la fría agudeza del felino que sabe cuando atacar y también cuando callar. Cuando avanzar y cuando darse por vencido. Tampoco crea que sale indemne de todas las justas. En ocasiones se lo verá con la mirada vaga, sometiendo el recuerdo amargo a las lógicas de la conciencia. Aún así, como el felino, sabe cuando hincar la dentellada. Yo lo he visto.

El buen docente posee una sobrenatural noción acerca de lo justo y lo amable. Justicia porque puede evaluar cualquier contexto, casi siempre al instante. Amabilidad porque su trato es suave pero firme. Algunos confunden lo último con debilidad, y seguidamente se han visto sucumbir bajo una ferocidad inesperada. A veces no son demasiado tolerantes, tienen sus defectos.

El buen docente no eligió hacer lo que hace. Fue irremediablemente elegido en el mismo momento de su concepción. Desde ese día ha sido trágica y maravillosamente marcado por una cadena de ADN de la que no se vuelve. Deberá vivir y morir en su investidura. Aceptar su condición.

Percibo que sigue incrédulo. Ya lo veo: cree que son criaturas míticas, inexistentes. Yo le aseguro que sí. Que fui alumno de uno, y que tocó mi alma y mi mente. Que luego fui el mismo, pero algo mejor. No, no se ría, por favor. No destroce mi recuerdo con su ironía, con su cinismo. No me pida pruebas tangibles.
¿Qué donde está? ¿Quiere que delate su refugio? Le adelanto: va a ser difícil ubicarlo.
Como todo buen docente, se esconde en la sombra del olvido.
Como el felino atento.